JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA 25/05/2010
No me han gustado las medidas que el presidente del Gobierno de España
anunció recientemente para hacer frente al déficit público que ha
contraído nuestro país a lo largo de estos dos últimos años. Imagino que
a Zapatero tampoco. A nadie puede complacerle adoptar medidas que
defrauden a las personas que confían en ti. Y en esta ocasión, el
Gobierno socialista nos defraudó. Sabemos que nuestro país necesita el
esfuerzo de todos y sabemos que, desde la perspectiva socialista, el
esfuerzo debe ser proporcional a los medios y recursos con los que
cuenta cada ciudadano; y en este caso, el principio socialdemócrata de
no dañar los derechos cívicos como la educación, la sanidad y las
pensiones mínimas y no contributivas, los han dejado al margen del
ajuste, que se ha deteriorado en la congelación de las pensiones.
En algunas ocasiones, no sólo en la política, los ciudadanos nos
sentimos defraudados por aquellas personas que más queremos o más
respetamos. Y, de igual forma, nadie podrá lanzar la primera piedra si
se le pregunta por las veces que defraudó a quienes confiaban en él. ¿A
quién no le defraudó su hijo? ¿Quién no sintió la deslealtad en el
comportamiento de sus más íntimos amigos? ¿Quién no pensó en algún
momento de su vida que su padre o su madre no se comportaron de acuerdo
con las propias normas que le inculcaron durante su proceso educativo?
Y, a más abundancia, ¿quién no se comportó, en algún momento, de una
forma que hizo dudar a sus progenitores de la ética de su hijo? ¿Quién,
en determinada circunstancia, no rompió la imagen que sus hijos se
habían formado de su padre o de su madre? Si la respuesta a las
interrogantes anteriores es afirmativa, reconoceremos que no por eso nos
fuimos por las esquinas renegando de nuestros padres, de nuestros hijos
o de nuestros amigos, y que, de igual manera, a casi ninguno de
nosotros nos echaron de casa cuando defraudamos a quienes nunca pensaron
que lo haríamos.
Y sí, dos años y medio después de que se
iniciara la crisis económica que asuela a casi todos los países del
mundo, el presidente Zapatero ha tenido que aceptar que el llamado
mercado le doble la muñeca. No todo lo que es mercado está hundiendo
nuestra economía, porque tan mercado es el especulador bursátil, que
maneja fondos de pensiones millonarios, como el fabricante de productos
hospitalarios, o el ganadero que tiene una explotación para abastecer de
carne a los que necesitamos los alimentos para subsistir.
Quienes
han doblado la muñeca al presidente no han sido estos últimos, sino los
causantes de la caída de la economía financiera y, consecuentemente, de
la caída de la economía real. Es necesario recordarlo, para que no se
olvide de dónde vienen nuestros problemas. Ya casi se nos olvidó lo
expertos que éramos cuando explicábamos, a diestro y siniestro, aquello
de las subprimes y de cómo el dinero que ahorrábamos y
depositábamos porla mañana en una sucursal de cualquier caja de ahorros
de cualquier pueblo de nuestro país, por la tarde ya se encontraba en
Chicago, sirviendo para comprar la primera basura que circulaba en forma
de paquete por el circuito financiero mundial, sin que nosotros, los
depositarios, tuviéramos la más mínima noción de qué se hacía con
nuestros pocos euros ahorrados. Y durante este tiempo, el presidente ha
aguantado, contra viento y marea, las acometidas que el capitalismo más
salvaje infringía a nuestra economía, a nuestras ilusiones y a nuestras
expectativas personales, familiares y profesionales.
Adoptar
medidas duras e impopulares era lo que se le pedía, y casi exigía, por
parte de aquellos que sabían que lo de impopular sólo podía traducirse
en traición a su electorado y en frustración para los que confiaban en
él. Durante el tiempo de acoso del mercado especulativo y de emisión de
opiniones dirigidas al objetivo de que Zapatero se enfrentara con su
electorado, los que confiaban en él, los que depositaron sus ilusiones
en un presidente socialista, atrevido y tenaz, no movieron un dedo para
reforzar la muñeca de quien se sabía que podía doblarla si seguían los
ataques y las consignas. Nadie salió a la calle a exigir que el
presidente aguantara; nadie levantó la voz para reforzar la moral de
quien necesitaba el aliento, la complicidad y la comprensión de su
electorado.
Al contrario, durante dos años, todos hemos
permanecido sentados en nuestro asiento, unos en sombra y otros en sol,
esperando ver cómo y por dónde el morlaco hundía el pitón en la femoral
del diestro. Y al final, ocurrió lo que todos sabían o esperaban:
revolcón y pitos para el matador desde el tendido de sombra y desde el
graderío de sol. Herido y desarmado, el torero no ha tenido más remedio
que meterse en el burladero de sombra, mientras que los de sol agitaban
sus manos pidiendo la devolución de sus billetes. "Nos ha defraudado",
era el grito que más se escuchaba en los tendidos. Los más han
permanecido en sus asientos esperando que la fiera se amanse, mientras
una parte del tendido de sol ha pedido a voz en grito que salga a torear
el diestro de la derecha que, sentado cómodamente en la barrera, espera
que el victorino acabe definitivamente con el diestro de la
izquierda.
"Nos sentimos defraudados", dicen los que se jactan de
ser un electorado de izquierdas absolutamente exquisito que, al parecer,
no perdona a quien, falto de apoyo popular, ha tenido que ceder en su
empeño de mantener una actitud clara y tenazmente socialdemócrata. Por
lo visto y oído, a ese electorado fino y exigente no les defraudó el
capitalismo especulativo, depredador y salvaje que ha tirado por tierra
nuestras ilusiones y la forma de organizar la sociedad y la solidaridad
entre nosotros. ¡No! Les defrauda quien ha hecho lo posible, y casi lo
imposible, para mantener el Estado de bienestar que los españoles hemos
labrado en 30 años de democracia y que, de no haber sido por la crisis
financiera de Estados Unidos, que se trasladó como el humo por todos los
rincones del planeta, los españoles hubiéramos sido capaces de mantener
con los ajustes que nuestra propia experiencia, sentido común y
capacidad nos hubieran indicado.
Y de nuevo han aparecido el miedo
y la inseguridad. El miedo que nos retrotrae a los tiempos en los que
el sistema de protección andaba bajo mínimos y donde nuestros padres y
abuelos guardaban sus magros ahorros "para por si acaso". Así nos lo
atestiguan los datos que en las últimas semanas se nos han proporcionado
sobre beneficios bancarios y sobre el nivel de ahorro que los españoles
hemos acumulado en este último ejercicio, superando los de años
anteriores, cuando el Gobierno socialdemócrata nos permitía vivir con
una cierta posición que algunos, despectivamente, llamaban vivir por
encima de nuestras posibilidades, "como nuevos ricos", se dice, porque
la gente aspiró, con razón, a tener una casa, un coche, vacaciones,
sanidad pública y educación de calidad para todos. Todo eso se lo
quieren llevar, en parte, los especuladores que ahora se permiten el
lujo de exigirnos sacrificios para que puedan seguir comprando nuestra
deuda, que, por cierto, son ellos los responsables de que haya aumentado
hasta límites que Zapatero no pudo aguantar.
¡Y no aguantó! Pero,
no por eso, voy a salir a la calle a reclamar que entre en el Gobierno
el que sigue fumándose un puro. Yo soy de izquierdas y lucharé para que
la política triunfe sobre la economía especulativa.
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