miércoles, 23 de febrero de 2011

Hay vida después de la política

Mientras caminaba en dirección a mi casa, después de la Asamblea de la Agrupación Local, me he acordado de este magnifico articulo que reproduzco a continuación.
Hay vida después de la política Por Manuel Pimentel, editor y ex ministro del Gobierno del Partido Popular (EL PAÍS, 21/02/08):
Estamos inmersos en la recta final de unas elecciones generales y andaluzas. Las urnas decidirán quién gobierna y quién calienta los fríos banquillos de la oposición. Mientras los ciudadanos deciden su voto, cientos de candidatos sueñan con alcanzar el escaño deseado. Algunos repetirán en el asiento que ostentaron en anteriores legislaturas, mientras que otros se verán forzados a abandonarlos. Entramos en un periodo de mudanza. Habrá quien ascienda a los cielos y quien se vea arrastrado hasta los profundos infiernos. Desasosiego para casi todos, a la espera del veredicto final. Todos esperamos conocer a los elegidos… mientras que ya hemos empezado a olvidar a los que atrás se quedaron. La memoria es frágil, y entierra rápido nombres y caras. ¿Quién se acuerda de ministros y diputados pasados cuando a la mayoría de los actuales ni siquiera se les pone cara? Pues nosotros sí lo haremos. Precisamente, esos que ya no serán, son nuestros protagonistas.
Se habla mucho de la vida política, pero muy poco de la vida de las personas tras un paso intenso por sus mieles y sus hieles. La política se vive con tal intensidad que apenas se piensa en el día después. Algunos creen que, como en la canción de Rocío Jurado, el invierno nunca les llegará hasta que lo tienen encima. Y mientras unos pueden encontrar un refugio caliente, a otros nos les queda sino el tiritar y el crujir de dientes. ¿Puede ofrecer la vida a un ciudadano corriente las oportunidades y los alicientes que se encontraron mientras se ostentaba el cargo público? Pues depende. Para unos sí y para otros no. Pero no adelantemos argumentos. Estábamos en la campaña electoral. A estas alturas, ya existen los que han dado sus primeros pasos fuera de la política. Son los que no repitieron en las listas. Que nuestro sistema de listas cerradas y bloqueadas tiene estas cosas. Desde arriba se señala a quién se coloca en puestos de salida y a quién se relega a los testimoniales o al olvido. Y eso otorga mucho poder a quien lo decide.
Un porcentaje significativo del aparato de nuestros partidos está constituido por personas que echaron los dientes en la política. Se afiliaron jóvenes al partido de sus ideales y le dedicaron los mejores esfuerzos de su juventud. Con estudios universitarios o sin ellos, la mayoría nunca tuvo un oficio fuera de los cargos de partido o institucionales. Nada saben de la vida de la empresa, ni de las cuitas de los trabajadores o de los funcionarios. La calle les da miedo y sufren el horror al vacío del exterior. Sin el partido no son nada, son dependientes de su estructura. Ofrecen docilidad y trabajo a cambio de continuidad. Alfonso Guerra entendió a la perfección esa dinámica cuando pronunció la frase que tan célebre resultaría: “El que se mueva no sale en la foto”. Obedecen al que manda para poder continuar. Y la dependencia también es social y afectiva. Muchos apenas tienen amigos fuera del partido. Cuando la política los deja, caen en un abismo vacío.
Para el que sienta una vocación pública, la política es hermosa, a pesar de sus frecuentes sinsabores. Por eso les cuesta tanto abandonarla. La mayoría de los políticos suelen reengancharse de una u otra forma al presupuesto público hasta constituir verdaderas gerontocracias. Basta echar un vistazo a la política europea para comprender hasta qué punto sus efectivos pertenecen a las viejas glorias. Ese aferrarse a los cargos impide la entrada de sangre nueva. Aunque algunos cargos siguen aportando con su valía y experiencia, muchos se limitan a vegetar, vencidos por el cinismo de la realidad. A éstos deberíamos recordarles que existe vida fuera de la política, donde se afanan millones de ciudadanos corrientes, sin otros privilegios que el de sus propios derechos constitucionales.
La política es una experiencia extraordinariamente enriquecedora. Quien ha pasado por ella tendrá que reconocer que le modificó como persona. Se sale mucho más maduro y sabio de lo que se entra. Desde la política se disfruta de la visión más amplia de la sociedad. Se descubre que todo es más complejo y más rico. Esa sabiduría adquirida le servirá en su vida futura. Y no tan sólo por los contactos adquiridos -que siempre son temporales y con plazo caduco-, sino por la experiencia y el conocimiento.
Las democracias se preocupan por el futuro de sus presidentes. En España garantizamos un sueldo vitalicio y unos gastos de oficina a nuestros presidentes de Gobierno una vez finalizados sus mandatos. Es una buena medida. Esta seguridad económica evita, por una parte, que los presidentes tengan que preocuparse por su futuro mientras estén gobernando. Así ganan independencia frente a los intereses de todo tipo. Por otra parte, también les evita el tener que ponerse a trabajar en lo primero que salga. Nuestros ex presidentes nos siguen representando, y deseamos que lo hagan de la forma más digna posible.
“Lo bueno que tiene ser ministro” -te dicen el mismo día de tu nombramiento- es que ya serás ex ministro para toda la vida”. Lo de ex ministro es un grado, una distinción, que, aunque no conlleva prebenda económica alguna, adorna y perfuma. Hasta la democracia, quedaba el sueldo vitalicio de ministro. Afortunadamente, ese privilegio pasó a la historia como tantos otros. En la actualidad, el ex ministro cobra durante dos años un porcentaje del sueldo que se tenía como ministro y, creo, que, tras la jubilación, la pensión máxima que concede la Seguridad Social.
Recuerdo los debates que tuvimos en torno al derecho a la prestación de desempleo para los alcaldes y concejales. Se quejaban de que después de muchos años de intenso trabajo, cotizando como cualquier hijo de vecino, se veían en la calle sin ningún colchón que le amortiguara la salida. Tenían razón. Si cualquier trabajador que ha cotizado tiene derecho al paro, ¿por qué no los alcaldes y concejales?
Para muchos ex políticos no resulta fácil adaptarse a una vida laboral ordinaria. Acostumbrado a salir en los medios de comunicación, se sienten ninguneados si los flashes no disparan en su honor. Quien basó su prestigio y su éxito personal en el poder, no logra adaptarse a las circunstancias de la normal ciudadanía. Se siente despreciados, minusvalorados por el resto. No logra encontrar su hueco en un trabajo ordinario. El mal de las alturas no les abandonará en mucho tiempo. El inefable Pío Cabanillas afirmaba que lo que más notaba cuando perdía el poder era que “los teléfonos no suenan”. Esa invisibilidad afecta su autoestima.
Existen tantas formas de dejar el poder como de acceder al mismo y ejercerlo. Depende de la naturaleza de cada persona y sus circunstancias. No tiene nada que ver la tranquilidad con la que encamina su futuro quien lo tiene resuelto -funcionarios o profesionales por ejemplo- con aquellos que no tienen red de seguridad a su salida. No es lo mismo haber sido ministro, lo que te confiere una alta notoriedad, que cualquier otra responsabilidad inferior. Los consejos de administración y la participación en conferencias y congresos de variada naturaleza suponen una fuente de ingresos para los “ex” más demandados.
Todo aquel que tiene responsabilidad política trabaja bajo presión motivada tanto por la responsabilidad como por el estar expuesto a la opinión pública. Cuando la abandona, necesariamente tiene que pasar un periodo de descompresión. Recuerdo que cuando dejé el ministerio me hice la pregunta: “Y ahora, ¿qué?”. Tenía que encontrar una actividad que me motivase de igual manera. Afortunadamente, la encontré en los libros.
Existe vida después de la política, aunque a algunos les cueste creerlo.

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